Al menos tres son los senderos que podrían conducirnos al corazón (el presagio) de la poesía de Gonzalo Escudero: el del misticismo-erótico, el de la arquitectura musical, el del poeta como creador de mitos. Cuando el yo poético afirma, ya desde sus inicios (1919), que “duerme la piedra vieja en su gran misticismo; / y es su opaca sonrisa como un “Poema oscuro”, pasando por su canónico “La única arquitectura del infinito es la tierra” (1933) hasta llegar a su despedida (1971): “Ah mi larga noche desde el remoto septiembre, / edificada en transparencias, / en arcos góticos del agua / para catedrales de espuma”, cuando insufla en mares y montañas espíritu divino y erige en esta tierra construcciones sólidas hechas de elementos etéreos, dotando a lo estático de movimiento, a lo pesado de vuelo, transformando lo material en inmaterial, podríamos afirmar que esa voz poética se ha entregado a la búsqueda de una unión mística a través de las palabras.