Frente a la seriedad que ha caracterizado a la poesía ecuatoriana, la poesía de Nieto Cadena posee detalles cómicos que sabotean al patrón patrimonial o aséptico y falsamente universal de gran parte de la poesía ecuatoriana. Además, hace referencia insistente a la inutilidad de la escritura. En ese sentido, su escritura está organizada desde una perspectiva no trascendentalista, ideológicamente anticanónica y deliberadamente periférica. A través de una posición crítica sobre lo que significa ser nativo de Guayaquil frente a las historias nacionales ecuatorianas, interpreta el vecindario como un espacio para el aprendizaje y el cuestionamiento político. Su lenguaje funciona como un GPS de las modulaciones y las texturas del habla cotidiana de Guayaquil de los años setenta. Como en otros casos, el vecindario constituye la bisagra entre la memoria inmaterial dispersa y la obra literaria que busca o rechaza su influencia. El barrio funciona coma una “bahía” lingüística. Las formas más tradicionales de la vida social se cuestionan, dando más espacio para nuevas palabras y una vida social más acelerada. La ironía funciona como un mecanismo para cuestionar a Ecuador como país o estado, pero con la conciencia de que el lenguaje poético es inútil para crear un cambio social (…) Sin embargo, en sus últimos poemas, la ciudad se convierte en un espacio de memoria emocional frente a la historia oficial y la globalización. Contra esto, Nieto Cadena nos ofrece solo la escritura de los recuerdos de una ciudad utópica, cuyo recuerdo aún no se ha escrito.